La Culpa Es Del Burro: Una Motivación Para Continuar Luchando
Resumen del libro:
Lo que desea el autor de este libro es que, al terminar de leerlo, usted sea una persona feliz. Si, que sea ¡feliz! Así -permítame la comparación- como lo es aquel o aquella que se le ve tan feliz -y sí que lo es. «Y uno que pudiendo ser feliz, estando compartiendo la mismita nave espacial que yo, pero ‘ese’ a mí me lleva una distancia abismal que, ni viviendo 100 años, se le pudiera igualar.»Yo he visto y oído a personas de tal categoría, que me quedé corto con la frase antedicha.Y eso, reconociendo y sabiendo y viendo y sintiéndome yo mismo feliz y estando rodeado de gente tan feliz, es por ello que me he imaginado haciéndolo feliz también a usted, a sus semejantes y a todos los que le rodean y que, por supuesto, usted también necesita que sean felices, porque ese es el fin de nuestra existencia y el común denominador del ser humano.Y es que compararnos con los animales no es la mejor decisión. ¡De acuerdo! El ser humano habla mientras que el burro rebuzna.¿O es a la inversa?Considero, entonces necesario que encontremos una explicación al por que los hombres rebuznan y los burros hablan.No deberíamos dejarle nuestro puesto a los animales, en nuestro caso al burrito, y, al ir descubriendo -así como deseo tratar en el presente epítome literario- que no son los burros, ni las piedras, ni ninguna otro ser los que deben hablar por nosotros, sino que nosotros somos los protagonistas de esta historia denominada vida, siendo por lo tanto, yo, el único y absoluto dueño de la procura de mi felicidad.Con todo lo que este razonamiento implica, deseo continuar analizando según lo siguiente:Ciertamente hablar de un animalito tan bueno y tan dócil, a mí, en lo personal, me parece bien. Pero, estimado lector: vayamos al grano. De quien deseo hablar, en realidad, no es del burro, sino de usted y de mí. Si. Aunque lo que deseo no es hacer un esquema peyorativo, sino, más bien, inculcar desde la perspectiva de que a través de la historia, el burro, es uno de los animales de trabajo en quien ha confiado mucha gente, más que todo, gente pobre, que más ha ayudado a la humanidad, sucediendo, del mismo modo, que para ilustrar o justificar ciertas andanzas, la gente siempre trae a colación al bendito animal.Entonces, es cuando yo deshojo la margarita, tratando de encontrar respuesta que convalide si se le quiere o no se le quiere.A la sazón, es así que el burro, tan creído por su excelente disposición, para unos cuantos no ha sido digno de las condecoraciones, que muchos de nosotros exhibimos relucientemente en nuestro pecho o en las insignes paredes de nuestro hall privado», siendo para otros de mayor respeto, dándole preponderancia sobre las individuos e incluso, colocándolo por encima de muchas personas.De allí que sabemos que, si se le quiere o no se le quiere, eso no le importa al burro. Sin embargo, el comportamiento de un dotado de buen intelecto, cuando tiene un proceder fútil y no responde a nuestras confianzas, enseguida lo descalificamos con el inmisericorde tilde de «que va a saber el burro de chicle si lo que come es paja».¿Y por qué no le importa?Comencemos por la mayor imaginación que se hizo nuestro preciado animal.Cuando el Señor Jesucristo hacia su entrada en Jerusalén, lo hizo como solía entrar un rey o un victorioso general de ejército en la ciudad. Lo demuestra el alboroto de alegría, lo que grita la gente que lo aclama explícitamente como rey, también el camino que alfombran con palmas, con ramas de los árboles, con sus propios vestidos para que Jesús pase encima. Solamente se trata así a un rey, y no a cualquier persona. Cristo hizo su entrada triunfal a Jerusalén, montado sobre el lomo de un burro. Y aunque quien debía ser etiquetado era el Señor, pues no, la gente, más bien, miraba al burro y, por supuesto, el burro, también se lo creyó y todavía muchísimos siguen al burro y el burro sempiterno en su pedestal.Y el burro sigue, sin importarle.»
Ficha Técnica
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